03 febrero 2016
La definición del oficio de “Cancionista” siempre ha sido confusa por difusa. La pregunta “¿Qué genero de música es el que usted desarrolla?” siempre ha resultado incómoda para los cancionistas y la respuesta incomprensible para quien la hace. Varios se han manifestado al respecto explicando que, como lo resumió David Aguilar, el género es la canción misma y su naturaleza abarca muchos géneros y lenguajes. Kevin Johansen se declaró “desgenerado” para tratar de explicar porque siempre explora distintas formas sonoras aunque nunca descuidando el contenido y el sentimiento que provoca. Delgadillo a su vez se refugió en un nuevo término que llamo Canción Informal, probablemente para evitar mayor cuestionamiento de porque su canción no tenía límites. El asunto es que a fin de cuentas eso es lo que más emociona al creador: saber que tiene todas las posibilidades abiertas a su disposición. Si acepta una etiqueta, se estaría auto limitando. La posibilidad de tener la emoción de sorprenderse a sí mismo quedaría muy restringida. “Soy un cancionista... no un cantautor. Siempre me quejé del término, pues eso limita mi rango de acción. Yo me gano la vida con las palabras.”, explicó en entrevista Jorge Drexler, “Yo empiezo las canciones como quien elige una cuenta para un collar y no sabe a dónde ir. No escribo sobre un tema... uso las palabras como colores y ellas van abriendo su camino”.
El encantamiento que ofrece atrapar una bella canción es el móvil para crear. Todo lo demás son consecuencias indirectas. Desde el punto de vista del cancionista no hay mucha diferencia entre el oficio de John Lennon o Silvio Rodríguez.
Motivos para hacer una canción sobran. Lo difícil es juntar la voluntad para pararse, arremangarse y salir a pescarla, decía Tom Waits.
Al ojo del cancionista o del poeta, los motivos para generar una canción están por todos lados. Probablemente el buen gusto y la auto censura va haciendo que se elijan con más cuidado las que vale la pena perseguir. Uno va eliminándolos por varias razones. No repetirse a sí mismo es de entrada una buena medida. A fin de cuentas, el cancionista debe ser un buen conversador y aburrirte a ti mismo podría ser la primera alarma de que algo va mal.
En términos de valor para la obra se podría decir que hay dos filtros importantes para ver si vale la pena seguir persiguiendo esa presa:
Por otro lado, las motivaciones para crear las melodías son un verdadero misterio, resultado de la pura inspiración. A veces las canciones vienen solas a buscarte, y hasta que no las bajes no dejan de insistir sonando su melodía en tu radio mental. Este tipo de canciones son de las más misteriosas. Son aquellas que nos levantan a la mitad de la noche, a veces aparecen en un sueño y otro las está cantando. Levantarse a escribirlas es la única manera de poder volver a conciliar el sueño.
Juzgarlas de más mientras las bajas causa interferencia. Hay que esperar al menos hasta subirla al bote para no dejar escapar algo bueno que no comprendimos inmediatamente.
La canción puede ser por sobre todo misteriosa. Sus profundas frases en versos bien rimados, aunadas a un intrépido fraseo, pueden generar grandes olas en quien la escuche. Es por eso que el discurso se debe de concientizar y no tomar a la ligera. Este, es reflejo del existencialismo por el que se descuelga el autor. Es su manera de explicarse el mundo en un momento preciso. Con el tiempo, al volver a revisar las canciones viejas, ellas a veces toman forma de mapas que te llevan a esos espacios en donde se tuvo la claridad para llegar a esas conclusiones. Sin embargo, nuestro reflejo en ellas es siempre cambiante.
Intentar clasificar y etiquetar el oficio del cancionista por género mata de algún modo la misma naturaleza libre y siempre sorprendente de las mejores canciones. Es más un impulso de quien quiere saber dónde clasificar al autor en su discoteca que algo que ayude a explicar su profundidad. Si su mente le atormenta preguntando el género de la canción que está escuchando, le sugerimos acallarla y mejor sólo escuchar, entregándose a lo que el misterio le ofrece.
Jaime Ades